Prólogo: Fluir
[Éste es el prólogo de mi primera novela: La Mansión al Sur de la Calle de los Arces publicada en 2020, en español, y en 2021, en ingés. Una obra de ficción inspirada en hechos reales]
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Para Sham Shui Po
Esta historia estaba escrita en mi cabeza durante mucho tiempo. Desde el momento en que me trasladé a Hong Kong, por segunda vez, en 2015. Antes, había estado viviendo en Pekín durante ocho años. Mientras trabajaba en el primer borrador de esta novela, mucha gente me preguntaba si se trataba de una autobiografía. Es difícil decirlo: la integridad de nuestro ser, nuestro conocimiento así como nuestra creatividad son el resultado de las experiencias que hemos vivido, la gente que hemos conocido, las decisiones que hemos tomado y nuestros sueños (que tampoco hay que olvidar).
Posiblemente, la gente que conoce en mayor o menor medida mis andanzas va a disfrutar intentando identificar qué partes de la novela se aproximan a la verdad de mi vida. Yo les animo, con cariño, a seguir el juego. En cualquier caso, que sea o no una autobiografía no es importante. Ésta es una historia de ficción que transcurre en uno de los barrios, para mí, más mágicos de Hong Kong, Sham Shui Po.
Puedo desvelar que es cierto que yo viví en esa zona durante mi segunda estancia en esta ciudad asiática. Tenía el temor de que el progreso podría cambiarla pronto. Destruirla, aunque pueda parecer un pronóstico muy radical, pero factible. El crecimiento desenfrenado es una de las mayores tragedias de nuestra era. Por eso, me embarqué en el compromiso personal de congelar en el tiempo la vida en las calles de Sham Shui Po, con este relato. Así eché mano de la imaginación y de la creatividad para dar voz a diferentes visiones del mundo que conviven en Hong Kong.
Cuando todavía vivía en Hong Kong, pasé muchas noches en el piso 10B de Nam Fung Mansion (La Mansión al Sur de la Calle de los Arces, según el nombre del edificio en español) escribiendo notas y reflexiones sobre el barrio. Estaba trabajando en una historia que no se formó del todo hasta que tomé la difícil decisión de volver a Europa, después de haber vivido en Hong Kong y Pekín durante más de una década.
Durante ese crucial periodo de mi vida en Hong Kong hubo amor, rupturas, muchos cambios y una única constante: Sham Shui Po y su gente. De su mano, simplemente participando del día a día de esta comunidad de vecinos, tomé decisiones importantes. Probablemente, ellos no son conscientes de hasta qué punto nuestras conversaciones tuvieron un impacto en mi vida. En ese barrio, me adentré en la treintena. Crecí como mujer y me hice adulta. Un proceso de crecimiento personal que se reproduce en la vida de ficción de la narradora del relato.
Los vecinos de Sham Shui Po me acogieron aunque fuera extranjera, no hablara su idioma a la perfección y mis raíces culturales fueran completamente diferentes. Nos daba igual. La bondad fue el vínculo que nos unió desde el primer día, por una razón muy simple: todo ser humano vive con las mismas ambiciones, alegrías y preocupaciones.
Esa es la ironía de la vida: puede ser extremadamente simple y compleja, pero su fundamento es el mismo para todos. Lo que nos hace diferentes -y esta es la belleza de nuestro diverso planeta- es la manera en cómo lidiamos con la gran incógnita de lo que significa vivir.
Tomé la decisión de mudarme a Asia a los veintiún años de edad, cuando me quedaban solo unos meses para finalizar mi licenciatura en la universidad. A pocas semanas de coger el primer vuelo intercontinental de mi vida, me dieron un sabio consejo: mantén los ojos bien abiertos. Yo quería seguirlo, me empapé de todo lo que me rodeaba. Pero durante los primeros años en China, mi joven mirada cometió un error: no parecía muy dispuesta a dejarse quitar el velo occidental que filtraba ese nuevo entorno. Aquello que no tenía sentido para mí en ese momento, lo archivaba en mis recuerdos como extraño y apasionante a la vez. Resistía la embriaguez de su poderosa belleza. Por miedo quizá a adentrarme en un viaje iniciático totalmente imprevisible e irreversible.
Fue gracias al cariño de la gente local con la que me crucé en situaciones cotidianas, en el trabajo, a través de amigos o cuando viajaba, que empecé a interactuar con el entorno y a entender Asia de una manera diferente. Eso requirió el esfuerzo de desaprender muchas cosas que occidente me había enseñado como si fueran únicamente ciertas. El exclusivamente válido punto de vista filtrado por la razón.
Recuerdo la frustración durante mis primeras clases de chino. Nada de ese idioma que parecía endiablado tenía sentido. Hasta que un día, de repente, las palabras y los extremadamente bellos caracteres chinos empezaron a tomar significado por sí solos. El chino fluía por mi mente de manera estructurada y espontánea. Cuando eso pasó, mi paciente profesora me obsequió con un bonito mensaje: “Has entrado ahora en la habitación del chino”. Según me explicó, esto quería decir que mi mente occidental había dejado de resistir las estructuras de pensamiento pre-establecidas y que se había prestado a fluir ante una nueva forma de comunicar ideas. Tenía toda la razón.
Con el tiempo, ese click en mi semiótica también afectó a la construcción de mi identidad. Dar una respuesta clara a la pregunta “de dónde eres”, se ha convertido en algo muy complejo que no sabría cómo etiquetar. El acceso a otras culturas y formas de pensamiento han moldeado mi personalidad. Han contribuido a crear una versión más sofisticada de mi ser. Me han hecho más humilde y me han enseñado a no dar nunca nada por sentado. Hasta el punto de que muchas de las cosas que nos han inculcado como inapropiadas o incluso imposibles, se convierten en apropiadas y posibles en otros contextos. Se trata de narrativas, estilos de vida y normas que forman parte del imaginario colectivo al que nos recomiendan acogernos desde que somos muy pequeños para encajar en ese entorno al que teóricamente pertenecemos. Particularmente en el caso de occidente, muchas de estas visiones del mundo se comunican casi como hegemónicas. Resultado del progreso y de un mundo más civilizado, rechazando así el misticismo u otros estilos de vida que abrazan la tradición, por no ser dignos de una sociedad post-industrial moderna.
Cuanto más nos exponemos al mundo y a otras costumbres, más conscientes somos de que no sabemos nada. Por eso, el ser humano tiene más posibilidades de tener una vida plena si se rodea de buena gente, con vidas, raíces e historias muy diferentes, con el fin de ayudarse mutuamente a navegar la incertidumbre del futuro y las decisiones que toma en el camino.
Me emborraché de Asia. Dejé que su gente me enseñara otros puntos de vista, que el mundo podía interpretarse de maneras dispares. No guardé nada para mí misma. Pensaba que la vida me había brindado un privilegio tan especial que no había lugar para ser precavido. Le pasé el testigo al corazón y a la intuición y dejé de apresurarme para llegar a algún sitio concreto en la vida. Empecé a preguntarme hasta qué punto en occidente, la idea de la felicidad se había convertido en una mercancía, construida mediante el materialismo y el conformismo. Basándose principalmente en factores externos que etiquetábamos como garantes de la felicidad. ¿Cuál era la verdadera clave del éxito en la vida?
Si había algo que la gente que había conocido en Asia me había enseñado, era que la felicidad era para ellos una realización que partía de dentro, de la conciencia de nuestro ser, y de cómo el ser humano se relaciona consigo mismo y con el otro. Ese foco en el presente era para muchos de mis interlocutores la clave para poder vivir en el ahora y reaccionar con menor sufrimiento al cambio constante.
Tal sabiduría se materializaba también en la gente de Sham Shui Po, un barrio de emprendedores. No hay que olvidar que aunque no trabajen desde co-working spaces, o dirijan startups, este barrio está formado principalmente de establecimientos locales a pie de calle gestionados por familias que han hecho de su ocupación como propietarios de su negocio el sustento de sus vidas y las bases de sus sueños y ambiciones. Sin gozar de la estabilidad de un empleador o un sueldo garantizado a final de mes. Su seguridad económica ha sido el resultado únicamente de la fe en que su esfuerzo diario surtiría efecto y esos negocios serían el vehículo sobre el que seguir el camino de la vida durante años de dramáticos cambios históricos en Hong Kong.
Sin embargo, el futuro sigue siendo una incógnita para este estratégico lugar en el mapa que ha sido elegido por muchos como un exclusivo puerto franco desde dónde materializar sueños y sus visiones de futuro. Del mismo modo que la protagonista de esta historia, muchos de los habitantes de esta híper densa metrópolis construyeron su identidad como inmigrantes al mismo tiempo que Hong Kong estaba (y todavía sigue) intentando encontrarse a sí mismo como un pueblo que ha ido creciendo durante constantes olas de inmigración y liderazgos cambiantes, hasta encontrarse hoy en día en un momento crucial en el que la pluralidad y diversidad de voces característica de Hong Kong corre el riesgo de desvanecerse.
Desde que Pekín tomó el control del territorio después de la retirada de los británicos en 1997, la incertidumbre ha pesado sobre Hong Kong. A los pocos meses de terminar la escritura de este manuscrito, en junio de 2020, el Partido Comunista Chino aprobó una ley de seguridad nacional que destruye los fundamentos que durante décadas han convertido a Hong Kong como un lugar de libertad y oportunidades. Cuál es el futuro de Hong Kong permanece una incógnita. Mientras la libertad de expresión está siendo progresivamente erosionada, muchos se aferran a la resistencia y la mentalidad emprendedora que caracteriza el pueblo de Hong Kong. Como mis vecinos, muchos llevan consigo un humilde pero poderoso espíritu de supervivencia que confiamos les permitirá navegar la incertidumbre del futuro de Hong Kong con elegancia.
Los personajes de Sham Shui Po que aparecen en este libro son de ficción, pero sus historias están inspiradas en algunas de las personas, conversaciones y puntos de vista que fueron cruciales para mí durante mi estancia.
Este relato quiere también rendir tributo a las cualidades que comparten todos mis queridos vecinos de Sham Shui Po, a los que tanto extraño: valientes, honestos, únicos, naturales, sensibles, apasionados, genuinos, resistentes, seguros de sí mismos, centrados, humildes, optimistas, leales, considerados, bondadosos, cariñosos y libres de prejuicios. A todos ellos, ¡gracias!